lunes, 25 de octubre de 2010

Sexto día

Después esboza una amarga sonrisa. Cuando quieres dar una sorpresa. Cuando piensas en los detalles, te esfuerzas y eres feliz pensando en la felicidad que suscitarás. Y la espera se transforma en alegría. Y luego, plof, basta una llamada, una frase inocente o un retraso para que todo salte por los aires y tú te quedes con las manos vacías. A saber dónde estará ahora. De verdad, quiero decir. ¿Qué estará haciendo? ¿Y con quién?.
Una amiga me decía que las historias de amor no duran más de siete años y que la crisis empieza ya en el sexto. Que la pasión, incluso la más fuerte, se desvanece. Y el aburrimiento pasa a ocupar su lugar. La costumbre. Y todo parece igual. Apagado. Sin estímulos. Y el amor, ese que se describe en los libros y en las películas, resulta ser una mera fantasía. En ese momento se abren dos opciones: romper o engañar. Para renovarse. Para recordar cómo era esa poderosa sensación que te devoraba el estómago cuando pensabas en él. En estar juntos. Y se sigue así, atrapados en un círculo vicioso de hipocresía en el que ninguno de los dos se siente capaz de decirle al otro que el sentimiento ha cambiado, que se ha agotado, que ha desaparecido. Qué triste. ¿Así es la vida? ¿Uno se vuelve así?.
Yo pensaba que no, pero empiezo a creermelo cada día más.

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