jueves, 16 de junio de 2011

Por él. Por mi.

No lo sé. Yo estaba cansada de tener que pedir perdón siempre; por él y por mí. Estaba cansada del frío de su piel, del silencio de sus labios. Aunque con los ojos me gritara. Estaba cansada de tanta costumbre y tantas pequeñas decepciones. Cansada de perder la cuenta de las despedidas. Necesitaba un cambio de aires. Y ese cambio llegó casi sin buscarlo. Así que, es verdad: hemos hecho de la despedida un mero trámite. Fácil y fría. Pero, al menos, será la definitiva. Sin hablar. Sin miradas que puedan llegar a rozar el alma y hacernos estallar en forma de recuerdos. Una despedida triste pero necesaria. Y debe ser que, a base de latigazos de memoria y golpes de tiempo, se me han ido anestesiado cuerpo y mente...porque lo que debería desgarrarme por dentro, apenas me duele. Y me incomoda reconocerlo, pero me veo incapaz de sentir nada más por él. No me quedan impulsos, ni besos, ni ganas de discutir, ni alegrías, ni planes de futuro, ni rencor... Pero los recuerdos no mueren. Y para estos mil y pico días tengo una habitación reservada en la memoria. Entraré en ella a recordar cuando sea necesario y saldré sin hacer ruido al cerrar la puerta.

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